Despojo y preparación
Descalza me desvisto lentamente, sin prisa y con modestia. Anidado en la peştemal (toalla turca tradicional) descubrí el sostén y un panty desechable, blanco y negro. Lo inspecciono, lo huelo y con renuencia me pongo ambos.
Me alegré de que no hubiera espejo porque no es lo que usaría al otro lado del mundo en las playas de mi Puerto Rico querido. Envuelvo mi cuerpo en la peştemal; está tibia y me consuela. Ceremoniosamente me remuevo todas mis prendas y las guardo en el casillero número siete.
Me doblo, a manera de reverencia japonesa, para recogerme el cabello como una corona en el tope de mi cabeza. Lo ato en una pesada dona negra, asegurándola con dos gomas para que no se deshaga. Al salir de la estrecha zona de casilleros en el mezzanine de madera, me encuentro con la encargada, que sonríe con tierna mirada.
Le pregunto, mientras hago una mueca de desaprobación y halo el elástico sobre mi hombro, si necesito el sostén. Con sonrisa pícara me contesta que no. Posando las manos sobre mis hombros, me gira, delicadamente me lo remueve, me da una maternal palmada en la espalda y me indica que puedo bajar al área de espera.
El Camekan (sala fría)
Ya en la gran sala de espera, Camekan (sala fría), inspecciono el lugar. Es un área amplia, llena de sofás bajos y con muchos cojines, todo en colores neutros. Hay música de fondo con instrumentos de cuerda, y una fuente en el centro.
Me impresiona una cúpula de unos quince metros de altura y ocho de diámetro. Un tragaluz hexagonal le sirve de centro al imponente candelabro de hierro formado por triángulos que dibujan una estrella de David.
En la base, frescos parciales simulan columnas verdes y ventanas. Han sido testigos silentes de la antigua Constantinopla, sobreviviendo estoicos el paso de los siglos: los fuegos, las invasiones, el olvido.
No logré sentarme: la encargada viene a buscarme. Me toma por los hombros, me dice su nombre, que intento repetir sin éxito, y me escolta hasta el baño. Me lavo la cara para remover mi maquillaje y así enjuagar gran parte de mi vanidad. Al terminar, abro la puerta con la certeza infantil de que ella me espera al otro lado.
Entonces me ofrece su brazo que acepto. Fraternalmente posa su otra mano sobre mi brazo y, entrelazadas, caminamos al área del Hararet (sala caliente).

El calor del mármol
Ya en el hararet Espero de pie mientras ella se prepara. Me entretengo mirando mis alrededores: un espacio majestuoso donde reina la göbek taşı, la protagonista del Hammam. Sobre esta, hay una cúpula blanca, esta vez de unos diez metros de altura y casi tres de diámetro. Está llena de pequeños tragaluces en forma de estrellas, arregladas en cinco o seis círculos concéntricos: solo alcancé a contar uno de siete, otro de catorce y uno de veinticuatro. Me arrulla el sonido suave y eterno del agua corriendo acompañado por una sinfonía de goteras.
Todo el espacio es de mármol gris claro con vetas negras. En el centro, bajo el domo, está la protagonista de la estructura: la göbek taşı. Una plataforma hexagonal cálida, rodeada en tres flancos por el Halvet (área privada), donde hay cuatro piletas bajas (Kurna), separadas por pequeñas particiones que apenas dan privacidad.
El lugar a la vista aparenta ser frío, pero todo se siente amorosamente cálido.
Al otro lado de la göbek taşı hay dos mujeres rubias sentadas en el suelo, cada una junto a un lavabo. Ambas llevan el sostén. No me importó, gracias a esa infinita cantidad de lagartijas (push-ups) que he hecho desde la pandemia.
El rito de agua
Regresa la natir (encargada del baño). Con voz suave pero con autoridad me remueve la toalla, y con esto renuncio resignadamente a todo mi pudor. Lucho exitosamente contra el reflejo de taparme los senos con las manos. Me señala donde sentarme en el área del halvet. Suspiro, abandonándome al proceso y, como una niña obediente pero quisquillosa, me siento en el área mojada junto a la pileta (Kurna). Para mi gran sorpresa y placer, el mármol está caliente. Mientras posa su mano en mi hombro, me dice en tono decepcionante y en un inglés rudimentario: “Krema, no scrub today”. Divertida me sonrío mientras levanto los hombros. Además de cómico, su comentario me resultó irónico. Por primera vez en mi vida alguien siente decepción por mi riguroso régimen de hidratación. Pienso en mi Yuyi cuando bebé tomando la botella sobándome el antebrazo, en las manos de mi esposo acariciando mis hombros… y el resto de mi cuerpo.
La mujer abre las llaves de agua, llena la pileta, y con un hammam tasi (palangana de baño en cobre), me bautiza con agua caliente. Como una niña, sacudo la cabeza, aprieto los ojos y le doy mi más amplia sonrisa. Esto me trajo a la memoria a mi hija Andreanna cuando era infante. La extraño doblemente: a aquella bebé tan feliz y a la joven adulta que es hoy.
Repite tres veces el acto bautismal y, sin mediar palabra, se marcha caminando sigilosamente para no resbalar. Me quedo sentada, intento relajarme, con los ojos cerrados, mientras me entretengo vertiendo agua sobre mi cuerpo.
Exfoliación y memoria
Cuando regresa, maternalmente me mira a los ojos, me extiende su mano en saludo. Le recíproco el movimiento y ella posa la otra mano sobre la mía. Me dice su nombre, que fallidamente repetí, pero no pude pronunciar. Por suerte luce una cadena de oro con tres nombres y alcanzo a leer el del centro: confirmo que era Inek.
Me echa agua caliente y comienza a lavar mi cuerpo con el kese (guante para exfoliar) y un jabón perfumado de aceite de oliva. Comienza el rito de exfoliación con movimientos firmes, vigorosos, a velocidad moderada. Diligentemente me levanta cada brazo, me lava las axilas, el pecho, la espalda, los muslos, refrescando mis recuerdos.
Con voz firme y cariñosa, me indica que me siente en el borde del escalón. Obedezco. Cierro los ojos más por nervios y pena que por otra cosa.
Con la naturalidad de su oficio, me hala el panty y me enjuaga el frente… luego, lo mismo hace por detrás.
En menos de una hora, sin intercambiar palabras, esta mujer desconocida descubre todos los secretos que guarda mi cuerpo: lunares, enfermedades, embarazos, aumentos y bajones de peso, cirugías.
Me invade la nostalgia, que almaceno como un nudo en la garganta. Extraño tanto a Mami joven, y a la Mirba niña que fui: bañándome en aquella bañera de cerámica y paredes de loza verde claro en el baño de nuestra casa. No había superficies calientes, pero el calor del amor de Mami era suficiente.
El masaje de espuma
Terminado el estregón, me hace un ademán para que me ponga de pie, me ofrece su brazo de apoyo. Lo acepto agradecida. Juntas caminamos al hexágono, y me acuesto boca abajo sobre la peştemal, semidesnuda y con los ojos cerrados.
Escucho a las dos rubias hablando alto y animadas, eso me importuna. Inhalo en cuatro segundos…exhalo en ocho, mientras espero el próximo paso, Kopuk Masaji (masaje de espuma)
De momento, y sin mediar palabras, me cubren todo el cuerpo con una nube de burbujas calientes y aromáticas. Me masajean diestramente y con manos suaves. Me siento mojada por aceite y no en jabón. El olor activa mi sentido del olfato porque lo conozco, pero no puedo identificarlo. Exasperada busco en el disco duro de mi memoria sin éxito. Me doy un alto y dejo que mi piel disfrute la sobredosis sensorial.
Me dan una palmada en la cadera: infiero que es tiempo de voltearme. Respetuosamente me lava la parte frontal de mi cuerpo, pero nunca las orejas. Inek intentó soltarme la dona de mi cabello, pero resultó vencida por mi doble seguro. Ante lo imperturbable de mi corona de cabello, sonrió por dentro.
Finalizado el masaje de espuma, Inek maternalmente me agarra las manos para ayudarme a poner de pie. Abrazándome de lado nuevamente me escolta hasta el área del lavado y me sienta para el enjuague. Finalmente, la dona de la resistencia claudica y la natir logra soltarme el cabello y lavármelo. Con ternura me lava las orejas. Eso me hace sonreír, abro los ojos y la miro divertida. Ella me devuelve la sonrisa mientras levanta las cejas.
Comienza de nuevo el proceso de enjuague y cierro los ojos. Cuando los abro la próxima vez, frente a mi tengo una joven asiática sentada en perfecta posición de loto. Yo soy el yang a su yin: una niña con el pelo chorreado, sentada en el escalón, encorvada con las piernas estiradas y la punta de los pies tocándose. Entonces me repetí: abandona tu ego, entrégate al proceso y disfruta.
Epílogo: el olor y la memoria
Por última vez, Inek me pide que me ponga de pie. Me seca pacientemente y me envuelve en una toalla tibia que me asegura en la espalda.
Regreso al Camekan o área de espera: con turbante, el cuerpo seco, caliente y perfumado. Me acuesto en una cama amplia, cómoda, tibia. Una joven amable me entrega una toalla húmeda aromática para el rostro y me ofrece chai (té).
En cuanto acerco la toalla a mi cara, mi memoria se activa. Como un relámpago, recordé el evasivo olor que había abrumado mis sentidos. “¡ROSAS!”🌹
Siento un alivio sobrecogedor que desató el nudo en mi garganta. Utilizo el velo que me ofrece la toalla para llorar. Calladamente lloré por amor, a mi familia, a mi esposo, por el infinito amor a mis hijas, a mi madre.
Lloré de placer, de vergüenza, de alivio, de añoranza y de gratitud… Lloré pidiendo y ofreciendo perdón. Y al exhalar, aliviada, solo pude decir:
“¡GRACIAS, Estambul!”
REFLEXIÓN

en Estambul,Turquía
En MiPor100preCambianteVida a veces no hace falta buscar respuestas, solo dejar que el agua las revele. En aquel Hammam comprendí que recordar no siempre duele; a veces libera, y que la memoria, como el vapor, simplemente se disuelve para volver en forma de calma.
🌹 Glosario del Hammam
Peştemal
Toalla turca tradicional, ligera y absorbente. Se convierte en un velo de modestia y consuelo durante el ritual.
Camekan (Ver imagen
La sala fría del hammam, lugar de espera, descanso y contemplación antes del calor y la purificación.
Hararet(Click para Imagen)
La sala caliente, donde el mármol abraza, el vapor abre los poros y el alma empieza a soltarse.
Göbek Taşı (Ver Imagen)
La piedra central del hammam, cálida y ancestral, donde ocurre el baño y el cuerpo se rinde al agua.
Halvet
Los espacios más privados del hammam, donde el cuerpo se entrega al silencio y al alivio del agua.
Kurna (Click para Imagen)
Pequeñas piletas de mármol donde se recoge el agua para verterla sobre el cuerpo.
Hammam Tasi (ver imagen)
Palangana de cobre usada para verter el agua con cadencia, como si el sonido mismo fuera parte del rito.
Natir
La encargada del baño, guía maternal que lava sin juicio y con ternura, guardiana del ritual.
Kese
Guante exfoliante de textura áspera que limpia la piel y, simbólicamente, el pasado.
Kopuk Masaji (Click para Imagen)
Masaje de espuma, último paso del ritual. El cuerpo se cubre de burbujas calientes que limpian, relajan y sellan el recuerdo.
Desde MiPor100preCambianteVida 💫 donde cada experiencia deja una huella, y cada huella, una historia.
Escrito por Mirba Rivera ✨ autora de MiPor100preCambianteVida
Historias reales, alma abierta y el arte de reinventarse.
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