“¿Tú te crees que vas a tener esa edad toda tu vida?… ¡Jum! Un buen día vas a abrir los ojos y vas a tener mi edad. Entonces, te acordarás de mí.” Me decía Doña Julia con una mano en la cintura mientras que con la otra luchaba contra el calor carolinense que le empañetaba al cuerpo la bata rosada.
Esa escena la recuerdo perfectamente enmarcada por el final del pasillo de la cocina en la casa donde crecí. Un argumento silente era mi respuesta favorita. No necesariamente, porque en ese momento pensara que ella tenía la razón. Más bien, porque eso de su edad me parecía algo distante para una adolescente o una joven adulta. Para una mente joven 35,45,50 años es el doble o triple de una vida entera. ¿Y a quien carajo le importa eso a los 18 años?
Esas cortas vidas enteras ya las he vivido y ahora me encuentro acercándome al día de mi cumpleaños número cincuenta. ¡Carmen Julia siéntate en el trono, tenías TODA la razón! Aquí estoy hecha toda una mujer de “cierta edad” manteniendo conversaciones sin tapujos sobre hormonas, histerectomías, colonoscopias, Botox y cremas para los ojos. Hablando y especulando sobre la palabra “M” (menopausia).
Tengo un océano de preocupaciones sobre los efectos de esta nueva década de mi vida. Pero, luego de pulular y rumiar sobre el futuro, a diferencia de cuando tenía 18 años, esta vez sí debo decir ¿a quién carajos le importa eso a los 50 años?
Ahora no porque no me importa, sino porque reconozco que lo único que puedo hacer es tomar medidas preventivas y elegir vivir una vida saludable. Aprendí que del resto tengo cero control.
Hace algunas semanas alguien me acusó de que yo he “cambiado muchísimo”, que yo no era la misma. El ego se apoderó de mí y mi primera impresión fue ofenderme. Pero mi acusador tenía toda razón…He cambiado, porque en estas dos o tres cortas vidas que he vivido, he aprendido muchas cosas de mí, me acepto y me amo absoluta e incondicionalmente.
La niñez me premió con mi pasión por el deporte. En mi adolescencia aprendí que todo pasa y que uno sobrevive todo. En mis veintes me convertí en una profesional, aprendí de todos mis errores y me acerqué un poco más a Dios. Nadie pasó más tiempo en la playa, ni en bares o bailó en discotecas mas que yo. Los veinte me enseñaron que, con trabajo fuerte, disciplina y sacrificio se progresa. Para mi sorpresa comprendí que el amor también es sanador. Eduardo me enseñó a recibir el amor, la ternura, la compañía y el apoyo de un verdadero hombre: sin violencia, ni reproches, manipulaciones, o la necesidad de protagonismo, sin culpas. En mis treinta aprendí a no repetir los errores de los veinte, a romper ciclos. Alcancé el sueño de mi vida: ser abogada y poder practicar derecho. Aprendí a ser esposa, y lo que menos imaginé me convertí en madre de mis dos eternos amores Andreanna Sofía y Juliana Kirei. ¡Al fin viaje el mundo! Me volví más flexible, más receptiva a gente diferente y lugares distintos.
¡Los cuarenta me encantaron! En la víspera de mis cuarenta cambié mi código postal de manera permanente. Comencé una aventura en la Gran Corporación Americana. Aprendí a navegar eso de la crianza de hijas multiculturales y esas niñas se convirtieron en mujercitas. Recuperé mi amor por el deporte. Hice trialos, medios maratones y hasta aprendí a jugar tennis. Sufrí en la diáspora los embates de los huracanes Irma y Maria a mi querida Borinquén. Superé crisis de salud y crisis matrimoniales. Todo gracias a Dios, al poder de la oración y a la morenita de Guadalupe. Aprendí que tú eres lo que comes y si son muchos vegetales y agua, tu cuerpo te lo agradece y responde bien. Experimente una pandemia mundial y para mi vergüenza, fue lo mejor que me pudo pasar a mi. Porque en esos meses de cuarentena entré en modo de sanación, descubrí mi lado creativo, aprendí a rezar el Santo Rosario, a meditar y el poder del ejercicio como terapia. Lo más significativo fue que me perdoné y perdoné a todo el que me hizo daño. ¡Insisto los cuarenta fueron transmutadores !
Ahora comparto la sabiduría adquirida en mis múltiples vidas cortas que suman cincuenta años. Reconozco que no me gusta la gente manipuladora y en vez de entrar en subterfugios, me gusta regalarles mi honestidad. Todavía insisto en entregar y recibir verdades oportunas y si no lo son, no me interesan. He aprendido a luchar contra el rencor porque el perdón es la herramienta más poderosa para sanarte a ti misma y mejorar tus relaciones. Nada, ni nadie es más importante que mi salud física o mental. Es por eso, que lo razonable es regalarte una pausa y un poco de distancia cuando alguna de tus relaciones se torne pesada.
¿Que si he cambiado? En Mi Por100pre Cambiante Vida estoy orgullosa de anunciar que MUCHÍSIMO. Espero seguir haciendo el trabajo personal, emocional y espiritual para aprender a amar mejor, lograr ser instrumento de servicio a otros, perdonar más fácil y reírme de mí misma más a menudo. Este es mi camino de vida. El ascenso al Quinto Piso me ha enseñado que mi vida es una obra de arte y soy la artista que escoge los colores con los que pinta, aclara y transforma.

Felicidades! Muy bonita reflexión. Yo también me puse a pensar cuando se acercaban los cincuenta y esto fue lo que escribí https://girlybooks.wordpress.com/2015/11/18/en-el-umbral-de-los-cincuenta-de-lizette-martinez/
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Muy linda reflexión gracias por compartirla
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