Azul Puertorriqueño

Ansiosamente me preparaba para el regreso a Puerto Rico. La noche anterior al viaje no dormí bien con los preparativos sólo para el viaje en avión. Me convencí de que en la mochila había de todo para sobrevivir el viaje pandémico: paños desinfectantes, jabón y líquido antibacterial, pañuelos faciales, mascarillas reusables, mascarillas desechables, mascarillas N-95 y el escudo protector para la cara, entre otros. El equipo necesario para sentirte, oler y lucir como una perfecta astronauta de pacotilla durante la travesía aérea entre Florida y mi querida Isla del Encanto. No podía esperar para abrazar a Mami y para nuevamente extender los límites de mi paciencia escuchando los lamentos del “Mostro”.

Mochila lista con los esenciales para astronautas de pacotilla.

La entrada al aeropuerto y el paso por seguridad fue alarmantemente rápido. Nadie habló en la fila, si alguien me regaló una sonrisa, no me enteré por el velo quirúrgico que nos cubría la cara a todos. Por vez primera experimenté los efectos negativos del distanciamiento social. Pero cumplí con mi deber ciudadano para el bienestar y la protección de todos. Abordamos el vuelo a Puerto Rico en desacostumbrado orden y silencio…Extrañé el tradicional caos y las exasperadas instrucciones del impaciente empleado de la línea aérea. El agotamiento me venció, dormí la primera parte del vuelo. Si ronqué, no me escuché, probablemente gracias a la N-95 que me sirvió de mofle (silenciador). Acepto que tampoco me importó. Nada memorable ocurrió durante el vuelo. Con la inmensa excepción de que mi vejiga no me traicionó y finalmente rompí mi racha de visitas al baño a 30 mil pies de altura.

Luego de más de un año de ausencia, de vivir en cuarentena y acostumbrada ya al nuevo normal post pandémico, recibí la mejor bienvenida durante el descenso al Aeropuerto Luis Muñoz Marín; la vista de la Isleta de San Juan rodeada por el azul purísimo del Océano Atlantico, por el azul turquesa de la Bahía de San Juan y cubierta por el cielo más azul que he visto. “Este cielo es color azul puertorriqueño”, me dije. Mirando el paisaje aéreo recé un Padre Nuestro en agradecimiento por tan esplendorosa exhibición de colores. ¡ Al fin llegué a mi tierra! Me emocioné tanto cuando aterrizamos que fui yo quien comenzó los tradicionales aplausos. Pero en Mi por 100pre Cambiante Vida ni todo ese paisaje, ni todos los colores de mi tierra son más conmovedores que escuchar las quejas de Papá y recibir los abrazos de mi madre. ¡Eso es digno de una novena entera con todo y sus letanías!