La frase me regresó a la memoria como anuncio de pizarra electrónica en el Times Square: “Ahora entiendo porque algunas especies se comen a sus crías”.

Ocurrió hace unos años cuando mis problemas maternales se limitaban a la hora de dormir y a la hora de comer. Mi compinche de la universidad disparó entre carcajadas mientras me contaba las andanzas académicas de su primogénito.

Ya han pasado múltiples vueltas al Sol y me encuentro en territorio extranjero. Simbólica y literalmente. Finalmente disfrutábamos de esas vacaciones familiares de ensueño que con tanto $acrificio planeamos. Juntos sin las distracciones de la aventura. Los adultos de la familia caminamos boquiabiertos anonadados por todas partes. Nos movíamos con una burbuja de tirilla cómica sobre la cabeza que comentaba “turistas”. ¡Estábamos en el Viejo Mundo! Para deleitarnos con esos atardeceres sobre el Colosseum y todas esas maravillas de la invención Romana, admirar la construcción sin fin de Gaudí, bañarnos en el Mediterráneo, visitar la cuna del Renacimiento, ¡ERROR EN EL TIRO! Mientras mi esposo y yo estábamos interesados en historia y arquitectura mis chicas andaban de safari. Eran cazadoras de un animal, más salvaje y evasivo que un jaguar, llamado “WIFI”. El preciado trofeo era los DM del Insta y el Snapchat.

Al fondo Playa de Palma, Palma de Mallorca, España

La sorpresa y decepción se me notaba en la cara. Una vez más injustamente comparé mis veranos cuando tenia la edad de mis hijas…Cuando finalizado el año escolar, el verano se dividía entre antes y después de las 3pm. Antes era dormir a pierna suelta mayormente a consecuencia del letargo que causa el calor puertorriqueño. Llamadas telefónicas, música y ver TV. Después, era piscina, natación y vueltas sin fin a la piscina. Único remedio disponible para el calor. ¿Campamento de verano?… ¡ja, ja, ja! (tono sarcástico). Nada de viajes más allá de Ponce y Mayagüez. Eso si, teníamos un equipo entero de natación con amigos de todas la edades. Aún con la limitación de tiempo y dinero, tengo buenos recuerdos. También conservo buena afinidad con muchos de los co-protagonistas de mis veranos. Ahí aventajo a mis hijas.

De vuelta al 2018, durante la cena me cuestioné en donde estaba fallando. “Me las quería comer vivas”. Ponderé múltiples escenarios pero al final elegí no usar la culpa, ni los reproches. A pesar de mis esfuerzos nunca logré entusiasmarlas del todo con la experiencia. Ya vencida y resignada cuando las lagrimas mojaban mi nudo en la garganta tuve una revelación, o como diría Oprah el “aha moment”. Detrás de nosotros descubrí otros integrantes del safari con teléfono en mano a la casa del mismo animal. No estaba sola, en todas partes me acompañaba cada madre con hijos adolescentes. Todos con la misma expresión en el rostro y me sentí aliviada.

La Nanna durante la cena posa frente a otros miembros de su safari.

Vivimos tiempos distintos con entretenimientos distintos. Los jóvenes viven el ahora peor aún el ahora inmediato. ¿Que les importa ver obras maestras o ruinas de 2000 años, cuando Fulanita está en el Snapchat o hay que verificar el Insta’? Desconectarlos del teléfono es negarle acceso al mundo entero, con lo bueno y con lo malo. Ese mundo que todo padre ansía mostrarle a los hijos aunque sea entre DM y vídeos de Snapchat. Esa es nuestra nueva realidad y debemos hacer el mejor esfuerzo para encontrar un punto medio sin perder la calma. Por que en Mi por 100pre Cambiante Vida, “Mal de muchos, consuelo de todos” .