Como buena hija del Caribe añoraba el regreso veraniego a mi isla. Para el ojo ajeno, con la excepción de la austera presencia de semáforos, la cosa en Puerto Rico está normal. En la playa el agua estaba de color turquesa, el cielo azulísimo y la vegetación, víctima de quemadura en primer grado, más verde de lo que recordaba.

Muchos de mis amigos estaban contentos y hasta ocupados. Mis compatriotas aún conservan esa gracia al andar que evoca optimismo. Pero ahora son poseedores de una calma en la mirada, atípica a los puertorriqueños. Noté algunos más gordos, más flacos y otros más enfermos. En todas las ocasiones en que neciamente hice algún comentario o interrogante la contestación en tono incrédulo y resentido fue:

“¡MARÍA PASÓ!”

Me sentí avergonzada por mi inconsciencia. El “¿discúlpame?” se me quedó atorado en un nudo en la garganta. Entonces me pregunté si todas esas cajas que con tanto cariño envié impactaron más a mí conciencia que lo que resolvieron.

La puerta de la Bandera, El Viejo San Juan, PR

Percibí una solapada camaradería entre los que sufrieron el paso del huracán comparable sólo con la nueva aberración a las salchichas enlatadas. Por vez primera me sentí como una extranjera en la tierra que me vió nacer.

El 20 de septiembre de 2017 egoístamente lo consideré un día difícil. Fue angustioso y largo para mi, para Doña Júlia (quien rezó todos esos Padre Nuestros) y para todos mis compatriotas que sufrimos en la distancia. Nos sentimos traidores por no estar en Puerto Rico. Pero lo que mucha gente no sabe es que todas esas imágenes y noticias se vieron primero en el extranjero. De todas la veces que se nos rompió el corazón, nos movilizamos e hicimos todo lo posible por ayudar…Aunque fuera con cajas llenas de buenas intenciones.

Pero nada de eso compara con la experiencia de casi 30 horas de lluvia y viento en el “Ground Zero”. Largo fue ese día para el que pasó el huracán María sin techo; para el que pasó todas esas horas cuidando de un enfermo; destapando un desagüe o alcantarillado, aguantando una puerta y recogiendo el agua que entraba a presión por cualquier pequeño orificio. Porque me cuentan que no quedó ni una toalla seca en cada hogar. Largo sigue siendo el día para los que aún continuan sin servicio de agua ni electricidad, los que aún duermen sin techo. Pero más largo aún sigue siendo el día para las familias de las 4645 personas que perdieron la vida después del huracán*. Ese día nunca acaba y vive marcado como un carimbo en la piel de la memoria.

Las historias de empatía y solidaridad aún se escuchan. A través de los siglos los puertorriqueños hemos sobrevivido ataques de la madre naturaleza y peor aún, tormentas de abandono y olvido **. Puerto Rico 🇵🇷 cuenta con gente bien perseverante. En los días que estuve observé el espíritu de lucha, de trabajo en muchos y estoy segura que cada día hay algo de progreso. La trillada frase «Puerto Rico se levanta» todavía aplica.

En esta ocasión no me atrevo comparar mis previas experiencias con huracanes como acostumbro. Pero en MiPor100preCambianteVida:

“¿Que pasó? Maria pasó y esta prohibido olvidar. «


*Mortality in Puerto Rico after Hurricane Maria 

En 2018 Un nuevo estudio reveló 2975 muertes, Ascertainment of the Estimated Excess Mortality from Hurricane Marîa in Puerto Rico. 

** 2017 Hurricane Season- FEMA after action report

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