Desde niña, en mi familia los cumpleaños son importantísimos. Durante toda mi vida, Doña Julia se ha encargado de levantarnos al son de las Las Mañanitas.
La idea de una gran fiesta de niños con muchos regalos e invitados, es decididamente inexacta. En los años de las “vacas flacas”, mi celebración de cumpleaños se limitaba a una postal y a una barra de chocolate » Snickers».
En tiempo de abundancia, la fiesta era lo que llamamos en el argot puertorriqueño como un “apaga y vete”. Este último, consiste en convocar en el comedor de la casa familiares cercanos y a todos los niños del vecindario, justo luego de la hora de comer. Debido a que nadie se acordó, primero hay que realizar una exhaustiva búsqueda de velas y fósforos.
Superada la crisis de las velas y cuando a consideración de mi madre, había quorum, se iniciaban los eventos. Se saca de la caja el bizcocho congelado, la pinta de mantecado napolitano, el padrino de refresco; a la cuenta de “a la una, a la’h doh y a las tre’ ” empieza el remix de “Happy Birthday to you” y Cumpleaños Feliz; seguido inmediatamente por la versión merengue del mismo potpurrí. Usando la mesa como instrumento de percusión, armonizar no era el objetivo principal del ejercicio, si no cantar a todo pulmón. Doña Julia impaciente suspira.
Concluida la canción, tradicionalmente el niño más extrovertido de la calle, por no decir presenta’o, te embarra la cara del “frosting” o el merengue de la torta. Mi madre, mientras corta el pedazo más fino de bizcocho del mundo, protesta que vá a “tener que mapear y que por eso no le gusta la muchachería”. Concluido el milagro de la multiplicación del bizcocho, se sirve coronado con una micro cucharadita de mantecado y un vaso de «hielo… con refresco».
Transcurridos 25 largos minutos, mami empieza a limpiar la mesa y a mapear, dando la señal para que todo el mundo se vaya. Para mí, después del día de Navidad, esos eran los mejores 25 minutos del año. Nada como estar rodeada de tanta gente importante para uno en un día tan especial.
Comenzada la aventura, mis cumpleaños comienzan con un viaje y siempre hay regalos. Recibida la convocatoria para mi celebración, hay que elegir entre las nenas o mi esposo, el nene grande. El nene continuamente gana. Quizá porque ya tiene edad para acostarse después de las 8:30 pm e ingerir bebidas espirituosas. El destino de viaje, la mayoría del tiempo, es una ciudad que personalmente no visitaría en ocasión de mi natalicio, pero es la ciudad donde “somos equipo visitante” o el juego está televisado.
La celebración se divide en “antes” y “después” del juego. “Antes” hay almuerzo y una promesa de que la celebración “después” será mejor. El intermedio entre una y otra; usualmente es una solitaria pero productiva tarde de compras. La parte de mucha gente siempre la tengo cubierta. Por no pasar la noche sola, decido ir al estadio y rodearme de veinte a treinta mil desconocidos, pero ningún familiar o amigo. El “después”, dependiendo del lanzador, el clima o el «show» después del juego siempre es sublime. Y los regalos acertados. Mi marido con los años ha aprendido lo importante que son para mí los cumpleaños y hace un fenomenal esfuerzo para hacer mi día uno especial.
Muchos momentos memorables vienen a mi mente. En el 2001, me encontré celebrando mi cumpleaños en Kobe, Japón. Pasé la noche en una minúscula barra de esquina comiendo “yakitori” y tomando una variedad de limoncillo. Nada dice inmersión cultural, como escuchar a un conjunto de japoneses desconocidos cantarte “happy biruday Mi-chan”. ¿Del bizcocho? Solo puedo decir que estaba cubierto en su totalidad con lascas de china, piña y cherries. Cuando lo ví, me alegré que mi madre no estuviera, porque se hubiera arruinado su record anual en el libro de Guinness por el pedazo de bizcocho más fino del mundo.

Durante algunos años, no hubo celebración alguna, ya que las malas barrigas se apoderaron de mi apetito y deseo de celebrar. Cuando hubo pausa en la aventura, tuve la ocasión de celebrarlo en las playas de St. Marteen, admirar las pirámides de Chichen Izta en Méjico y hasta dos fiestas sorpresa rodeada de mi familia y amigos cercanos. Debo también mencionar que en el 2011 la pasé bien glamorosa… recogiendo las aguas negras que inundaron mi oficina. Los “¡‘TA!” los celebré, sin mi esposo, en South Beach con Mrs. F y su marido, simplemente espectacular. Debo añadir que el posterior viaje a Las Vegas con amigas tampoco estuvo nada mal. Otro año me llevaron de paseo en una auténtica Góndola Veneciana con champagne, canciones italianas y hasta mensaje en botella.
Mis hijas, por pura providencia, no tienen cumpleaños en los meses de aventura. El “quinceañero” es la palabra favorita de mis amigos al referirse a los primeros cumpleaños de cada una. Superadas ya todas mis frustraciones, he llegado a la conclusión que no hay nada mejor que la tradición. Para mis nenas, el “apaga y vete” dura varias horas, el bizcocho viene escoltado por mantecado, aunque ya no tiene que ser napolitano, se sirve el vaso de refresco con hielo, siempre hay regalos y todas, todas las veces termino mapeando.
Pero es la llamada de Doña Julia y el Mostro, ya sea cantándola o con la grabación de Pedro Infante de Las Mañanitas, la que infaliblemente convierte cada cumpleaños en una celebración en Mí Por 100pre Cambiante Vida.

Los mejores cumpleaños de mi vida..sin planificat
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